La orden médica especificaba “REPOSO ABSOLUTO”, y las
consultas a algunos amigos galenos, confirmaban la orden. Eso implico que el
comprometido activista No-Violento, debió descuidar sus compromisos con la
lucha, para atender menesteres del hogar, menesteres atendidos por costumbre
por la bella morena en reposo.
Para esos días, la campaña “CON MIS HIJOS NO TE METAS”
estaba en el proceso de aumento de tensión. Se requería contactar más padres,
hacer más declaraciones, establecer más y mejores alianzas. Algunos grupos
afirmaban tener sus propios planes, cosa que al final resulto en un fraude. La
propuesta de los supuestos líderes de la capital era “llevar a los niños y
quedarnos en los colegios”.
Ahora, como hacia un padre de familia para, durante
esos días dejar a su hijo y acampar frente al colegio, abandonando el resto de
sus responsabilidades.
Los planteamientos exacerbaron la irritabilidad del
carácter de Ángel, que encerrado casi a tiempo completo en su casa, vio como el
esfuerzo emprendido por tres meses, y todo lo que este implicó se desvanecía
ante la carencia propositiva de la oposición y la incapacidad de la misma de
aprovechar los momentos. Fue un desastre.
Luego de meses advirtiendo, trabajando, preparándose,
reuniéndose, acordando y dictando talleres, todo se desvaneció el mismo día que
debió reventar. Y lo peor, Ángel en su casa haciendo las veces de “amo de casa”
para poder salvar a su hijo no nato.
Ángel no acostumbrado a las labores cotidianas del
hogar, debió emprender un rápido proceso de aprendizaje, con una tutora que
pasaba 23 horas al día en cama.
Levantarse temprano, lavar ropa, preparar desayuno,
lavar platos, preparar el almuerzo, servir el almuerzo, lavar los platos, tomar
un reposo de lo ahora cotidiano, y cerca de las 06:00 iniciar las labores
asociadas a la cena. En medio de todo esto, debía atender con frecuencia a su
esposa. Agua, ayuda para ir al baño, ropa para cambiarse.
Debía estar pendiente de la limpieza del hogar, la
cual definitivamente descuido el poco experimentado “amo de casa”.
Desde el 11 de agosto, el sangrado nunca paró. Algunos
días era tenue y otros pronunciado. Ello implicaba disponer de una buena
provisión de toallas sanitarias de tamaño clínico, de las que se usaban por lo
menos tres por día.
Ante cualquier mínimo esfuerzo, el cuerpo de ella
respondía con mayor sangrado, así que la rutina se redujo a la corta caminata
hasta el baño y su retorno. Estaba prohibida la cocina, a diez metros del
cuarto. El trayecto era “muy largo”, y en el área no había ninguna silla lo
suficientemente cómoda como para alojar a la bella morena.
Ángel se levantaba temprano, pero la nueva rutina lo tenía
por completo desajustado. Acostumbrado a administrar su tiempo, y a romper de
cuando en vez las tediosas rutinas, su día se convirtió en una agotadora
rutina. Desde que se levantaba era pensando en cocinar y su última tarea del
día normalmente correspondía al fastidioso y necesario lavado de platos de la
cena. Luego de ello, el agotado “amo de casa”, buscaba reposo, sin energías
para leer, o dedicarse a “tareas políticas”, sin energías para nada.
Yacque, con preocupación extrema, se mantenía alarmada.
El agotamiento psicológico producto de la constante tensión emotiva luego de
las primeras dos semanas, comenzó a ser evidente. El sangrado constante, los
coágulos expulsados, el no sentir al bebé, hizo que más de una vez quisiese
salir corriendo al hospital. Él, también agotado y conciente de lo limitado de
sus recursos, debía analizar las cosas con frialdad… “Espera negra, los bebes con ese tiempo pasan gran parte del día
durmiendo, lo sentiste anoche”. Por respuesta un “si”, y entonces, los dos
angustiados papas debían sentarse a esperar que ella sintiese una patadita o un
pequeño movimiento.
En dos oportunidades, ante su angustia producto de un
coagulo o un profuso sangrado, o la ausencia de pataditas, debieron cruzar la
calle para hacerle un ecograma, que decía siempre lo mismo del primero… “Feto de tantas semanas, tales dimensiones,
tal grado de madurez de la placenta”.
Para el, la palabra feto era casi inhumana. Ese era su
hijo, y si nacía varón debía llamarse Benjamín. Si era hembra, la llamarían “Sofía”,
bello nombre de origen griego cuyo significado es algo así como “conocimiento”.
Debe ser algo así como “La que sabe”.
La situación económica familiar era un poema. Un
luchador político empecinado en colaborar con una propuesta, trabajando en ella,
sin ningún recurso económico personal y sin trabajo. Eso implicaba que las
despensas de cuando en vez se veían agotadas, lo que conllevaba a solicitar
ayuda… “Epa papá”, “Suegro como esta…”, “La verdad la cosa está difícil, podría
prestarme tanto”. Una corta espera, un carrito, una visita, y de retorno una
pasada por el supermercado, a comprar lo que alcanzase.
En dos oportunidades tuvieron la dicha de atender
alguna venta de productos. Para ello, ella ubicaba los productos por teléfono,
el los buscaba, los entregaba, los cobraba y los reponía a quien se los
prestara, todo en el menor tiempo posible, y tratando de administrar lo mejor
que pudiesen las ganancias obtenidas.
Fue un mes agotador. Sin dinero, con mucha angustia,
comiendo mal, pues el nuevo “amo de casa” no puede ser calificado como “buen
cocinero”, saliendo al mínimo, y reduciendo los compromisos políticos casi a
cero.
Lo que los mantuvo en medio de todo, fue la esperanza…
la esperanza de lograr salvar a su hijo. Dios proveería en su momento lo que
como familia necesitasen para atender los compromisos y dificultades.
Las cosas resultaron algo diferentes a lo deseado.
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