Ángel, Alejandro y Benjamín corren por las inmediaciones
del cielo, como llama el mismo padre a las adyacencias del Páramo el Águila, en
el Estado Mérida. Hay sol, pero en el Páramo el sol pica pero no molesta.
Además, acostumbrados los tres al sol de Maracaibo, el del Páramo es una
caricia.
Las carreras cortas y cargadas de cansancio por la
falta de oxigeno hacen que hasta las risas se corten. Luego de un largo rato
corriendo y riendo, el padre y los dos hijos varones bajan caminando, sudando y
rojos como un tomate, por las laderas aplanadas por el tiempo en el Cielo. Yacque
y Verónica están viendo en la tienda de souvenir a ver si compran algún suéter
o bufanda, pues a Papá le dio por pasar una semana completa por aquellos Lares
llenos de paz y tranquilidad.
El clima es agradablemente frío, y dada la hora, la
permanencia es tolerable incluso para el pequeño Benjamín, que cercano a
cumplir los dos años aguanta muy bien las bajas temperaturas. Por si acaso,
todos están bien cubiertos, los dos niños y el papá.
La tierra es húmeda, con vegetación de tundra. Todo al
derredor son frailejones, que están hermosamente floreados. El musgo cubre del
frío con su suave presencia a algunas viejas rocas, que ven pasar el tiempo con
la tranquilidad de quien ha sido testigo mudo de la historia de los hombres.
Se respira paz por donde caminen. El silencio es
momentáneamente interrumpido por el transitar de uno que otro vehículo. Solo
los tres varones caminan por los derredores. De hecho, solo dos de los varones
caminan, el tercero, el pequeño Benjamín, va en los brazos de su hermano Alejandro,
quien con una sonrisa le dice algunas de las cosas que se les dicen a los
bebés.
Buscaron alojamiento en un sitio frío, muy frío,
cercano al páramo, unas cabañas rústicamente construidas ubicadas a quince
minutos de ahí. El precio era bueno y el sitio hermoso. Lo consiguieron
mientras paseaban. A Ángel los paseos programados le parecen fastidiosos. Así
que se montaron en los dos carros y emprendieron el viaje con espíritu de
aventura, con la mala cara de tres de las damas presentes… Las tres mamás.
Como Benjamín está pequeñito, Yacque y Ángel temen por
que el frío de la noche le afecte mucho, así que las chicas se entretienen en
la tienda, buscando algo con que poder soportar la inclemencia del clima que
vendrá, pues papá y mamá saben que la calefacción eléctrica y la chimenea, para
estos viajantes marabinos tiene un alcance limitado.
Papá toma y carga en brazos a Benjamín en la mitad del
trayecto. Se llevó a sus hijos lejos de la carretera y del local donde se
estacionaron, para que ellos pudiesen compartir con el un momento de paz y ver
esa extraña sonrisa que solo eventualmente pueden disfrutar en su rostro. Su
retorno a la tienda fue pausado y con cortas escalas en una que otra piedra. Alejo,
ya grande sonríe mientras camina al lado de su padre. A los lejos se ven
estacionados los carros de la familia, y en las afueras de “la taquilla del
cielo”, la tienda donde llegaron, se ve a Verónica y a Yacque revisando los suéteres,
bufandas y chaquetas.
El corazoncito de Benjamín late acelerado. Papá les
dice a ambos que se relejen, y mientras observa a lo lejos a dos de sus amores,
toma asiento en la tierra húmeda del páramo merideño. Cuando Ángel siente que
las energías de los tres regresan a sus causes, toma pie y camino. Yacque los
observa de reojo con una sonrisa que deja colar entre sus hermosos labios. Vero
se mantiene distraída con el suéter que ella quiere comprar.
-
Mami, me puedo llevar este.
-
Si mi vida, claro que si. Pero antes, pruébatelo y cerciórate que es el
que más te gusta, no vaya a ser que luego te arrepientas y no quieras volvértelo
a poner – le dice Yacque a Vero con tono serio, pues el dinero no es bien para
derrochar.
En la “taquilla del cielo”, un local que queda como a
veinte minutos del páramo del Águila, viniendo desde Valera, hay un local de
venta de souvenir e indumentaria para el clima frío, y al lado un pequeño restaurante,
en el que la comida siempre le ha parecido deliciosa a Ángel.
En ese local, los cuatro abuelos sentados disfrutan de
una conversación amena y un rico chocolate caliente… Sobre todo a las dos
abuelas les hacia falta, pues ambas son friolentas. Los cuatro conversan sobre
los tiempos difíciles pasados, sobre la necesidad de Ángel de ir hasta allá con
frecuencia, y la forma como la cosa se fue solucionando, muy a pesar de las
dificultades y traspiés.
Es el primer viaje que emprende los cuatro abuelos
juntos. En otras oportunidades Ángel había viajado con sus padres y en una
oportunidad precedente con sus suegros. Para ese viaje, alquilaron un pequeño
bus, con chofer, y fue toda la familia de Yacque. El viaje fue de cuatro días.
Cuatro días de viaje, con un extraño manejando (cosa que a Ángel no le agrada
mucho), y con toda la familia disfrutando.
El café de Ángel reposaba sobre la mesa. Su mamá se lo
solicitó cuando lo vio venir bajando desde la ladera de la montaña. El reposado
papá ingresó al restauran con una sonrisa en su rostro. Sus dos hijos varones
lo antecedieron en el ingreso. Ambos entraron gritando y riendo en el
establecimiento.
-
Donde está mi café – preguntó Alejo.
-
Onde está mi caf – preguntó Benjamín, imitando a su hermano mayor.
-
Café, nada de eso – dijo seria su abuela materna.
-
Aquí tienen su chocolatito – les dijo su abuela paterna – El de Benjamín
ya está frío (y previamente mezclado con algo de agua hervida).
Los tres tomaron asiento. Ángel tomó su café, disfruto
del aroma, y de la hermosa vista que se dejaba ver en los alrededores, cuando
en eso sintió la voz de Yacque.
-
Será que puedes venir a ayudarme con los suéteres y bufandas.
-
Ya voy mi vida. No te apresures, que aquí el tiempo pasa diferente.
-
Tómate tu café y vente - y luego de algunos escasos segundos - y te
traes a los niños.
Las mamás, entendiendo que Ángel prefería disfrutar un
poco más del reposo, le dijeron en conjunto, con una mirada cómplice que no se
preocupara, que ellas iban.
Conversaron sobre lo bello del sitio, sobre el frío,
sobre las nubes, y lo limpio de cielo, sobre el aire puro, sobre la estructura
de la tienda, sobre lo bien surtido que se encontraba el sitio, sobre la
excelente atención, sobre lo bien que respondieron los carros. En ningún
momento nadie quiso tocar el tema político. Ángel tendía a perder su sonrisa
con solo pensar en ello.
La situación ameritaba un brindis, así que el Suegro
fue y pidió en la “barra” dos calentaditos, un café y un chocolate, todos
pequeños.
-
Por los tiempos que han de venir – comentó con una sonrisa el suegro,
luego de amablemente servir las bebidas.
-
Por los tiempos que han de venir – brindaron Alejo y Alejandro, el papá
de Ángel.
-
Por la Patria
– como siempre brindo Ángel.
Los otros tres lo miraron y dijeron en coro.
-
Por la Patria.
Todos subieron sus tazas y con solemnidad tomaron un
trago.
Ángel, sin quererlo dejó filtrar una mirada de
tristeza, y sin dar mucho tiempo y peso a ello, dejó reposando su café, que
estaba muy caliente.
-
Voy a ver que hacen las “chicas”, a ver si le consiguieron algo a
Benjamín.
-
Vaya – le dijo con cara apesadumbrada Alfonso, el Papá de Yacque – y
mirando a los dos Alejandros hizo un mohín de resignación.
En la tienda, las damas habían sacado cualquier
cantidad de cosas. Al visitante que venía ingresando le llamó la atención un suéter
tejido, de color negro y azul, a cuadres medianos. Era sobrio y se veía bien
hecho. Se acerco, y lo toco. Sintió la textura suave y gruesa del tejido. Le
agrado. Miró el precio y le pareció ajustado. Lo bajo, y cuando lo hizo,
Benjamín le dijo:
-
Gusta papi, gusta mi tabie.
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