lunes, 7 de enero de 2013

27 de diciembre de 2012.



Ángel, Alejandro y Benjamín corren por las inmediaciones del cielo, como llama el mismo padre a las adyacencias del Páramo el Águila, en el Estado Mérida. Hay sol, pero en el Páramo el sol pica pero no molesta. Además, acostumbrados los tres al sol de Maracaibo, el del Páramo es una caricia.

Las carreras cortas y cargadas de cansancio por la falta de oxigeno hacen que hasta las risas se corten. Luego de un largo rato corriendo y riendo, el padre y los dos hijos varones bajan caminando, sudando y rojos como un tomate, por las laderas aplanadas por el tiempo en el Cielo. Yacque y Verónica están viendo en la tienda de souvenir a ver si compran algún suéter o bufanda, pues a Papá le dio por pasar una semana completa por aquellos Lares llenos de paz y tranquilidad.

El clima es agradablemente frío, y dada la hora, la permanencia es tolerable incluso para el pequeño Benjamín, que cercano a cumplir los dos años aguanta muy bien las bajas temperaturas. Por si acaso, todos están bien cubiertos, los dos niños y el papá.

La tierra es húmeda, con vegetación de tundra. Todo al derredor son frailejones, que están hermosamente floreados. El musgo cubre del frío con su suave presencia a algunas viejas rocas, que ven pasar el tiempo con la tranquilidad de quien ha sido testigo mudo de la historia de los hombres.



Se respira paz por donde caminen. El silencio es momentáneamente interrumpido por el transitar de uno que otro vehículo. Solo los tres varones caminan por los derredores. De hecho, solo dos de los varones caminan, el tercero, el pequeño Benjamín, va en los brazos de su hermano Alejandro, quien con una sonrisa le dice algunas de las cosas que se les dicen a los bebés.



Buscaron alojamiento en un sitio frío, muy frío, cercano al páramo, unas cabañas rústicamente construidas ubicadas a quince minutos de ahí. El precio era bueno y el sitio hermoso. Lo consiguieron mientras paseaban. A Ángel los paseos programados le parecen fastidiosos. Así que se montaron en los dos carros y emprendieron el viaje con espíritu de aventura, con la mala cara de tres de las damas presentes… Las tres mamás.



Como Benjamín está pequeñito, Yacque y Ángel temen por que el frío de la noche le afecte mucho, así que las chicas se entretienen en la tienda, buscando algo con que poder soportar la inclemencia del clima que vendrá, pues papá y mamá saben que la calefacción eléctrica y la chimenea, para estos viajantes marabinos tiene un alcance limitado.
Papá toma y carga en brazos a Benjamín en la mitad del trayecto. Se llevó a sus hijos lejos de la carretera y del local donde se estacionaron, para que ellos pudiesen compartir con el un momento de paz y ver esa extraña sonrisa que solo eventualmente pueden disfrutar en su rostro. Su retorno a la tienda fue pausado y con cortas escalas en una que otra piedra. Alejo, ya grande sonríe mientras camina al lado de su padre. A los lejos se ven estacionados los carros de la familia, y en las afueras de “la taquilla del cielo”, la tienda donde llegaron, se ve a Verónica y a Yacque revisando los suéteres, bufandas y chaquetas.

El corazoncito de Benjamín late acelerado. Papá les dice a ambos que se relejen, y mientras observa a lo lejos a dos de sus amores, toma asiento en la tierra húmeda del páramo merideño. Cuando Ángel siente que las energías de los tres regresan a sus causes, toma pie y camino. Yacque los observa de reojo con una sonrisa que deja colar entre sus hermosos labios. Vero se mantiene distraída con el suéter que ella quiere comprar.

-          Mami, me puedo llevar este.
-          Si mi vida, claro que si. Pero antes, pruébatelo y cerciórate que es el que más te gusta, no vaya a ser que luego te arrepientas y no quieras volvértelo a poner – le dice Yacque a Vero con tono serio, pues el dinero no es bien para derrochar.

En la “taquilla del cielo”, un local que queda como a veinte minutos del páramo del Águila, viniendo desde Valera, hay un local de venta de souvenir e indumentaria para el clima frío, y al lado un pequeño restaurante, en el que la comida siempre le ha parecido deliciosa a Ángel.

En ese local, los cuatro abuelos sentados disfrutan de una conversación amena y un rico chocolate caliente… Sobre todo a las dos abuelas les hacia falta, pues ambas son friolentas. Los cuatro conversan sobre los tiempos difíciles pasados, sobre la necesidad de Ángel de ir hasta allá con frecuencia, y la forma como la cosa se fue solucionando, muy a pesar de las dificultades y traspiés.

Es el primer viaje que emprende los cuatro abuelos juntos. En otras oportunidades Ángel había viajado con sus padres y en una oportunidad precedente con sus suegros. Para ese viaje, alquilaron un pequeño bus, con chofer, y fue toda la familia de Yacque. El viaje fue de cuatro días. Cuatro días de viaje, con un extraño manejando (cosa que a Ángel no le agrada mucho), y con toda la familia disfrutando.



El café de Ángel reposaba sobre la mesa. Su mamá se lo solicitó cuando lo vio venir bajando desde la ladera de la montaña. El reposado papá ingresó al restauran con una sonrisa en su rostro. Sus dos hijos varones lo antecedieron en el ingreso. Ambos entraron gritando y riendo en el establecimiento.

-          Donde está mi café – preguntó Alejo.
-          Onde está mi caf – preguntó Benjamín, imitando a su hermano mayor.
-          Café, nada de eso – dijo seria su abuela materna.
-          Aquí tienen su chocolatito – les dijo su abuela paterna – El de Benjamín ya está frío (y previamente mezclado con algo de agua hervida).

Los tres tomaron asiento. Ángel tomó su café, disfruto del aroma, y de la hermosa vista que se dejaba ver en los alrededores, cuando en eso sintió la voz de Yacque.

-          Será que puedes venir a ayudarme con los suéteres y bufandas.
-          Ya voy mi vida. No te apresures, que aquí el tiempo pasa diferente.
-          Tómate tu café y vente - y luego de algunos escasos segundos - y te traes a los niños.

Las mamás, entendiendo que Ángel prefería disfrutar un poco más del reposo, le dijeron en conjunto, con una mirada cómplice que no se preocupara, que ellas iban.



Conversaron sobre lo bello del sitio, sobre el frío, sobre las nubes, y lo limpio de cielo, sobre el aire puro, sobre la estructura de la tienda, sobre lo bien surtido que se encontraba el sitio, sobre la excelente atención, sobre lo bien que respondieron los carros. En ningún momento nadie quiso tocar el tema político. Ángel tendía a perder su sonrisa con solo pensar en ello.

La situación ameritaba un brindis, así que el Suegro fue y pidió en la “barra” dos calentaditos, un café y un chocolate, todos pequeños.

-          Por los tiempos que han de venir – comentó con una sonrisa el suegro, luego de amablemente servir las bebidas.
-          Por los tiempos que han de venir – brindaron Alejo y Alejandro, el papá de Ángel.
-          Por la Patria – como siempre brindo Ángel.

Los otros tres lo miraron y dijeron en coro.

-          Por la Patria.

Todos subieron sus tazas y con solemnidad tomaron un trago.

Ángel, sin quererlo dejó filtrar una mirada de tristeza, y sin dar mucho tiempo y peso a ello, dejó reposando su café, que estaba muy caliente.

-          Voy a ver que hacen las “chicas”, a ver si le consiguieron algo a Benjamín.
-          Vaya – le dijo con cara apesadumbrada Alfonso, el Papá de Yacque – y mirando a los dos Alejandros hizo un mohín de resignación.

En la tienda, las damas habían sacado cualquier cantidad de cosas. Al visitante que venía ingresando le llamó la atención un suéter tejido, de color negro y azul, a cuadres medianos. Era sobrio y se veía bien hecho. Se acerco, y lo toco. Sintió la textura suave y gruesa del tejido. Le agrado. Miró el precio y le pareció ajustado. Lo bajo, y cuando lo hizo, Benjamín le dijo:

-          Gusta papi, gusta mi tabie.

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