lunes, 7 de enero de 2013

14 de septiembre de 2009 (lunes).



Los días en lo que implica participación en eventos políticos han estado flojos. Mi compromiso fue que si se dejaban de mover los talleres y caía la asistencia de manera recurrente los sábados (como en realidad estaba sucediendo), los talleres regulares ONE sabatinos llegaban hasta el 31 de agosto. En varias oportunidades me insistieron en que dejara los talleres de esos días, pues la poca afluencia de personas no justificaba ni el costo ni el esfuerzo. Viendo lo evidente, puse una fecha - pensaba Ángel en medio de su atareada gestión hogareña.

Ese lunes, sin embargo estaba estimada una reunión con sus compañeros de lucha, y como todos los terceros lunes, debía asistir a Tenida en la Logia. Sus obligaciones como Masón las había descuidado, tanto que su asistencia en el transcurso del año a tenidas regulares y extraordinarias había sido casi insignificante.

Para ese lunes, la invitación se la había hecho un amigo, hermano masón y compañero de lucha. El debía presentar un trabajo, y lo invitó para que pudiera estar presente.

Con respecto a la otra reunión, había sido convocada para atender los preparativos de un viaje que dos miembros de la ONG debían hacer en Noviembre de ese mismo año a Washington. La propuesta significaba una estupenda oportunidad política para la ONG, y las dos representantes designadas estaban a la altura del compromiso.



A eso de las 16:00, Yacque comenzó a sangrar de manera muy pronunciada y se quejó, pues sentía raro al bebé en su vientre. El trato de postergar la visita al médico, diciéndole que si seguía con problemas, mañana la llevaría al Hospital. La condición física de la bella morena se deterioró tan rápido, que obligó a los dos a salir para hacerle a ella un ecograma, examen sin cuyos resultados no la recibirían en el Hospital. Llamaron por teléfono a la Clínica cerca de la casa, para ver si la ecografista podía atenderlos. La respuesta afirmativa hizo que los cuatro se alistaran.

Salieron de la casa, luego de enviar algunos mensajes y llamar a la hermana de ella, para ver si podía quedarse con los niños, pues la ida al hospital era casi segura.

Cruzaron la congestionada avenida, se anotaron en lista, el pago y se sentaron a esperar. El estaba muy inquieto y no quiso estar en la pequeña sala de espera del área de ecografía.

A pesar de su condición, evidentemente especial, la secretaria de la ecografista no dio importancia, por lo que la espera se hizo innecesariamente larga. Los dos niños la acompañaban, mientras el angustiado Ángel caminaba, se sentaba, volvía a caminar y a sentarse.

En medio de la espera, con los dos niños presentes, ella sintió que rompía fuentes, lo que hizo que su angustia se fuese a los cielos. El tomó su teléfono y llamó de nuevo a su tía Elena, que ya estaba en cuenta sobre la situación, para decirle que le iba a llevar a los niños. Ya la ida al hospital era obligada.

Salio con sus dos niños, no sin antes darle un beso y pedirle que se tranquilizara. Caminó las cuadras que lo separaban de la casa de su tía, dejó a los niños, converso e informó a su tía y tomo camino de nuevo al sitio donde ella esperaba ser atendida.

Llegó, y dos buenas samaritanas que dieron animo y compañía a Yacque le informaron, al igual que la fría secretaria, que ella estaba siendo atendida. Él se negó a ingresar, y esperó impacientemente afuera.

Pasados menos de cinco minutos, una sollozante Yacquelina salía por la puerta, y la información que ya el presuponía, lo dejó más inquieto y angustiado todavía.

-          Perdí casi todo el líquido amniótico. Pero el sigue allí. La doctora dice que el cuello está alto y cerrado.
-          ¿Y eso es bueno? – preguntó el confundido Padre.

Un gesto de ella, cuya cara era un triste poema, indicó que “ella tampoco sabia”.

Esperaron que les entregaran el informe, y ambos salieron caminando con su angustia a cuestas. Ella se sentó en un taxi y él atravesó la calle, ingresó a la casa, retiró un bolso previamente preparado, regreso a donde ella se encontraba y dentro de un taxi partieron de nuevo al Hospital.



Al llegar, en la entrada el buscó apoyo de un enfermero, que amablemente la llevó en silla de ruedas. El como siempre quedó esperando afuera, en las adyacencias del área de maternidad. La dama encargada de la seguridad le solicitó que esperase abajo.

Bajó con el bolso acuesta, y sacó de este un libro, con el cual se distraería por un rato. Casualidad de la vida, el libro que él cargaba encima era el comprado el mismo día que se presentaron los primeros inconvenientes con el embarazo.

EL libro en cuestión, a la hora de acomodar las cosas estaba colocado sobre la cama del cuarto de atrás, el que él eligió como estudio, “Assassini”, un grueso libro con una temática absorbente, algo evidentemente necesario para distraerse durante la indeterminada espera.

Abrió el libro, ya siendo las 19:00 y se percató que en la carátula estaba escrita con su letra la fecha de la compra… 11 de agosto de 2009, el día que todo comenzó. La fecha y la “casualidad” lo pusieron en alerta.

Comenzó a leer, esperando noticias de sus dos amores, y el libro lo engancho, llevándolo por instantes a un sitio donde se pudo aislar de su preocupación.

Un rato luego, Yacque se asomó desde el primer piso y lo llamó…

-          Ángel, Ángel.
-          Ya voy cielo.

Marcó la página, tomó el bolso y subió por el ascensor, ya que a esa hora las escaleras por seguridad estaban cerradas.

Al llegar a su lado, ella le dijo que la iban a dejar, que según el informe el bebé había perdido todo el líquido. La razón, su cuerpo había intentado abortar a su bebe. Los médicos auscultaron, tomaron su pulso y el sigue vivo, pero tengo que quedarme, para que me controlen, a ver si el bebé se salva.

La sombra de la tristeza inundó los ojos de Ángel. La abrazó, la besó y con tono lánguido le dijo.

-          Que sea lo que Dios quiera.

Se miraron consolándose tan solo con ello, con las miradas, y el le pasó el bolso. Ella ingresó y el esperó un rato, por si acaso ella necesitase algo, luego del cual se retiró a su casa.

Al llegar su cuñada estaba esperando ya con los niños, a los que fue a retirar una vez pudo acercarse a la casa. Le dijo lo poco que sabia, hizo algunas llamadas y envió algunos mensajes. Los niños se fueron a dormir, al igual que su cuñada. Él se quedó un rato deambulando en medio de su soledad, acompañada por su tristeza. Vio algo de televisión, intentó leer y escribir, no pudo nada.

Tomó su teléfono y la llamó, buscando consuelo en su voz. Ambos se consolaron con solo escucharse. Hablaron poco, todo seguía igual, y no sabían por cuanto tiempo podría ser. Todo estaba puesto en las manos de Dios, Él decidiría, aunque Ángel sobre todo no estuviese de acuerdo.

La fe de ella era inquebrantable. Dios decidirá, la Virgen nos acompaña.

La fe de él, quebrantada por tanta prueba solo se aferraba a la esperanza de un destino incierto en el que casi nada dependía de él. Las cartas estaban echadas y el no tenía como jugar, no tenía como apostar, aunque si mucho que perder.

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