lunes, 7 de enero de 2013

28 de diciembre de 2012.



Una luz suave inundó tempranamente la cabaña donde los viajantes dormían placidamente. Eran escasamente las seis de la mañana, y Ángel, ya estaba despierto. Buscaron acomodo al lado de sus dos hijos menores, y se durmieron en el sofa cama. Alejo terminó durmiendo solo. Ya siendo un poco mayor, su miedo a dormir solo o a los espacios oscuros iba en tránsito de salida.

Ángel tomó su sueter recién comprado y se lo colocó. Tomó las llaves de la cabaña y salió a caminar. El frió era intenso y solo se mitigaba en los espacios donde la naciente luz del sol entraba en contacto con el aprendiz de mago.

Caminó por los alrededores de la cabaña, disfrutando del frío intenso, de la luz del sol naciente, de las flores, de los frailejones, de las piedras, del aire, de la montaña, del cielo.

Luego de cerca de treinta minutos de caminta, estando en un sitio desde donde podía disfrutar de la  vista, de la cabaña, del aire, se sentó sobre una fría piedra.

Como en otras oportunidades, solo estando en el páramo se buscaba la intimidad de ponerse en contacto con Dios.

Abrió su corazón, y mirando al cielo, claro, azúl, hermoso, se puso a recordar las vicisitudes de su vida, su eterna soledad interior, su rebeldía natural, su triste adolescencia, su afinidad con la bebida, sus dificultades económicas, su enfrentamiento con el poder, los costos de su lucha, el incidente y las dificultades con el embarazo de Benjamín, que casi produjeron su perdida.

Recordó las muchas veces que con rabia desbordante retó Dios, recordó sus blasfemias, recordó incluso cosas peores. Miró a los cielos, aspiro suavemente el aire puro de los Andes Venezolanos. Lo disfrutó a plenitud.

Con una sonrisa picara, bajo la mirada, como cediendo ante todo, y con voz baja, volvio comento para si mismo y para Dios que lo inundaba todo…

-          Tenías razón, todo esto me ha hecho más maduro y más fuerte, gracias a Ti. Gracias Dios mio.

Siguió sentado por un rato, y con la misma sonrisa, y con una actitud que denotaba picardía, dijo mirando a los limpidos cielos…

-          Nos seguimos viendo. Dame tu Bendición.

Una brisa suave que le llegó desde las colinas impregnadas de vida fue la respuesta.



El trayecto de retorno fue mucho más corto en tiempo, pero igual de vivificante. Llegó a la cabaña y todos excepto sus dos mamás dormían. Su suegra tomó una taza y le sirvió café.

Se sentó a disfrutar el aroma, esperando que llegara a al temperatura adecuada para saborearlo. Sus dos madres parecían esquimales, cubiertas con cuanto trapo hubiesen conseguido.

-          Tienen frío – preguntó mientras guiñaba su ojo derecho.
-          Que crees tú – le respondió su mamá.
-          Parece que sí. Quieren que les reavive la chimenea, o abro las ventanas.
-          Ahora se nos pasa – respondió su suegra de manera amable.

El ruido causado en un ambiente en el que el silencio lo invadía todo hizo que tanto el suegro como su papá se levantaran, por lo que ya no era una taza de café humeante, si no tres las que esperaban en la mesa para ser disfrutadas.

-          Buenos días a todos – dijo Alejandro padre.
-          Fríos días a todos – dijo Alfonzo.
-          Ahí están servidos sus cafés – comento la mamá de Ángel.
-          Tengo hambre – dijo como siempre Alejandro el hijo.
-          Que raro – comentó Ángel.

Pasada una hora, todos excepto Benjamín ya estaban despiertos. Tanto Ángel como Yacque se encargaron del desayuno, con la condición que otro lavase los platos. Huevos revueltos con cebolla, tomate, cebollín, tocineta y pimentón, una bola de toncha (queso), pan, arepas, café con leche, mermelada, margarina y jugo de naranja, era el menú del día.



Para el desayuno las abuelas se encargaron de Benjamín. Lo bañaron con agua calientita, lo vistieron y lo abrigaron bien. Todos se sentaron a la mesa, a disfrutar en familia de un suculento desayuno.



Luego del desayuno, Ángel tomó a sus tres hijos, y salio de paseo por los alrededores ya recorridos. En tono serio mirando a sus hijos, les dijo mientras caminaban a su lado los dos mayores y en brazos el menor.

-          Hace más de dos mil años, un enfermo temeroso que un hombre mucho mejor que él pudiese quitarlo de su trono, ordenó la ejecución de todos los niños menores de dos años en una pequeña provincia de Judea, hoy conocida como Israel. La cultura moderna y sus naturales deformaciones han hecho que esa triste fecha pase de eso a una vulgar mamadera de gallo. Hoy nos bromeamos con la gente en un día como hoy, en forma de conmemoración de aquel triste momento de la historia. El niño perseguido se logró salvar porque su papá tuvo un sueño y salió huyendo. En aquel entonces era rey de la provincia de Judea un hombre llamado Herodes. El niño perseguido era el hombre más grande que ha parido la tierra, Jesús de Nazaret. Dios nos libre de que alguno de estos psicóticos que nos gobierna se les ocurriese lo mismo. Por un decreto así mi tercer angelito sería presa de ese decreto.

Ángel hizo un breve silencio, y para cerrar la reflexión, les dijo de nuevo a sus hijos.

-          Por encima de todo, lo más importante es que los sueños pueden rescatar a los hombres de sus crueles destinos. También es importante que aprendan que los hombres miserables, como ese cretino de Herodes, solo pueden regir y destruir el destino de los demás, si y solo si, se los permitimos. Ustedes chiquitos son semillas de cambio, fértiles, sembradas en buena tierra. No permitan que otros en medio de sus miedos y miserias destruyan sus sueños. Les costará trabajo, les implicarán sacrificios, pero nunca abandonen los abandonen. Ellos los rescatarán de la inclemencia de la mediocridad moderna, que celebra carnicerías con bromas y chistes.

De nuevo eL silencio se hizo denso, hasta que Alejo con tono bajo le dijo.

-          Tranquilo papi, el mensaje esta captado.

Y los cuatro tomaron camino a la cabaña.

El frio del entorno hizo que el pequeño Benjamín se acurrucara contra el cuerpo del papá buscando calor, lo que hizo que un pensamiento tomara vida en la mente de Ángel…

-          Que haría sin ti, mi pequeñín, que haría sin Ustedes.

Y el papa vino a sembrar un suave beso en la frente del pequeñin, que con dulce voz le dijo…

-          Te quiero papi.

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