Como ya Ángel sabia, la hora de visitas al hospital
era de tres a cuatro. ÉL salio a las 09:30 para estar allá a las 10:00, rogando
que lo dejaran pasar para verla a ella y saber de sus propios labios lo que
sucedía, lo que le habían dicho y los pronósticos.
Llegó al hospital y entró por la puerta del área de
maternidad, abierta a esa hora al público. El vigilante le preguntó para donde
iba y a quien visitaba.
-
MI esposa está hospitalizada en el área de maternidad, cama 21,
Yacquelina.
El vigilante revisó en una lista, y constató lo que
Ángel decía, luego de lo cual le dio paso.
Subió por las escaleras, cerca del acceso del área de
maternidad. Al llegar al arco de acceso a la sala de maternidad, le preguntó a
la dama que hacia las veces de portero, si era posible hacerle llegar los
insumos que llevaba a sus esposa.
-
Déme lo que trajo, yo se lo llevo. – y bajando el tono de voz para que
las demás parturientas en espera no la escucharan le dijo al preocupado papá - Mire,
no lo dejo pasar pues hay un supervisor en la sala y me puedo meter en
problemas.
-
No se preocupe. Solo dígale que estoy aquí.
La dama entró y unos instantes luego salió.
-
Su esposa es la que se quedó sin liquido. Mire señor – le dijo
amablemente la portera – aquí hubo una señora con el mismo problema, su esposo
le traía todos los días agua de coco, eso si, esa mujer no se levantó de esa
cama para nada, y aunque no lo crea, ese muchacho se salvo. Eso fue un milagro.
Cómprele agua de coco y verá como su hijo se salva.
-
Enserio – le dijo el asombrado padre, a quien la sugerencia le cayó como
un halo de esperanza.
Conociendo las reglas, el papá preocupado bajó y sentó
a leer el libro que compró el mismo día que los problemas con Benjamín
comenzaron. Ese día, según le comentó ella, le harían un ecograma, para
determinar la situación del bebé.
Al rato, recibió un mensaje indicándole que ya la iban
a sacar a área de ecografía. Ella salió y él ya la esperaba. Intentaron
ingresar a la pequeña oficina, pero les fue imposible. La espera fue larga,
pues la doctora responsable de ecográfia, una perfecta burocrata, hizo saber a
todos los cielos que se sentía mal.
Pasadas las diez de la mañana, la mamá de Yacque llegó
al Hospital. Ya ellos estaban adentro. Les hizo compañía.
Cuando a la burocrata le dio la gana, hizo pasar a la
pareja. Al leer el expediente, lo que le faltó decir a la insensible mujer fue
“busquen una cajita para ese coñito”,
Ángel, molesto por la situación, enemigo de siempre de
los mediocres burocratas, ingresó con mala cara. Ella se subió la bata que la
cubría, y se acomodó la pantaleta.
La doctora tomó el sensor del equipo de ecografía y lo
colocó en la barriga con vida de la morena… Movio el sensor, lo volvió a mover,
lo siguió moviendo, y Ángel solo estaba pendiente de una cosa, el ritmo
cardiaco. Casí al final, la doctora tocó algunas teclas, movió el sensor, y en
una pequeña esquina de la pantalla del equipo, aparecieron las lineas de la
vida y el pum, pum, pum, del corazoncito… 162 latidos por minuto.
El soltó un suspiro disimulado y un pensamiento inundó
su mente... Está Vivo, gracias a Dios.
Al terminar, la insensible doctora, sin ningún sentido
de humanidad, le comunicó a la
preocupada madre.
-
Mira mi cielo, el nivel del líquido es cero. Yo no me haría ninguna esperanza.
Yacque enseguida comenzó a llorar, y Ángel, con el
corazón destrozado, comenzó a darle consuelo. Luego de un breve momento, el la
ayudo a acomodar y a levantarse, le limpió su abdomen, y salieron de la pequeña
oficina, ocupada por la burocrata de oficio y dos médicos más, que por las
caracteristicas generales, eran estudiantes.
La montó en la silla de ruedas, y la llevó hasta la
puerta de la sala de maternidad, le dio un abrazo, un beso, y se despidió. Su
mamá, sin pronunciar palabra, tomó la silla de ruedas e ingresó con su
destrozada hija a la mencionada sala.
La sala de maternidad donde ella se encontraba
recluida era un recinto de por lo menos 3o metros de largo por 6 a 8 metros de ancho, con 24
camas agrupadas en dos hileras. Ella ocupaba la cama 21. Número de significado
esotérico, que para Ángel era un punto de estudio a futuro.
El hospital, originalmente un viejo convento con 400
años de existencia, estaba constituido por dos bloques. El bloque viejo, el
conformado por el convento, un edificio patrimonio de la ciudad, y una nueva
instalación, unida al viejo convento por un pasillo aéreo. La sala de
maternidad estaba ubicada en el viejo convento.
En las visitas previas al mismo, Ángel se imaginaba a
las monjas con sus atuendos, atendiendo a los enfermos, en tiempos donde ni la
anestesia ni los antibióticos existían, en una época donde Pasteur no había
nacido. Él se imaginaba el silencio de la estancia, roto por el quejido de
algún enfermo, mezclado con el sigilo y rigidez de las monjas, en aquella sala
inundada de luz en los años de la
Maracaibo vieja, la Maracaibo de cuatro calles y un montón de
iglesias.
-
Me dijeron que tomando agua de coco podía restablecer el nivel de
líquido – le dijo ella al recibirlo en
la hora de la visita.
-
Agua de coco. Quieres que te la busque.
-
Quiero, por favor, búscamela.
Ángel, salio por las inmediaciones del hospital
buscando un sitio donde pudiese conseguir agua de coco. Preguntando aquí y
allá, le dijeron que frente al Teatro Baralt se paraba un hombre a vender agua
de coco. Con las esperanzas como energía, el caminó hasta el sitio.
-
A cuanto la tiene – preguntó Ángel.
-
A siete bolívares el vaso…
-
Y el litro.
-
A cuarenta.
-
Tiene envases.
-
No caballero, no tengo.
-
Bueno, déme tres vasos.
-
Pero no tengo tapas.
-
No importa, ahí vemos como hacemos para tapar esa vaina.
Con bolsas sellaron los tres vasos y Ángel
incómodamente los trasladó hasta el Hospital. Por lo menos el 20% del líquido
quedó regado en las aceras por las que él caminó, pero las esperanzas crecieron
en una proporción mucho mayor al líquido perdido.
Llegó al hospital, ingresó todavía en hora de visita y
le dio un beso a su esposa.
-
Aquí tienes tu agua mi vida.
-
Gracias amor.
-
Tómatela toda, yo mañana te traigo más.
Ella quedó con sus esperanzas recargadas, y el con las
suyas también.
Al terminar la visita, Ángel se retiró, y la suegra se
quedó un rato más. Al ella bajar, ambos salieron conversando. Ella tomó un
carrito de El Milagro frente al hospital y el un autobús de la Ruta 6.
La noche fue cruelmente larga, las llamadas frecuentes
y cortas denotaban angustia. El martes terminó, a ella le tocó dormir en un
recinto lleno de extraños, y a él, le tocó dormir solo en su cuarto.
Luego de atender a sus hijos, que se quedaron con su
tía Daniela, se acostó a ver televisión, sin ver nada. La madrugada le dio
despierto, hasta que bien entrada, el cansancio lo venció. La pequeña esperanza
le infringía ánimo, pero el mes de preocupaciones y ocupaciones lo tenían ya
con las energías bajas.
El miércoles y jueves transcurrieron entre las
llamadas, la hora de visita, el pleito sobre si le dejaban pasar la comida, los
ecogramas indicando “cero líquido”, la compra y consumo de agua de coco, agua
de vida, la preocupación sobre quien se queda con los niños… Mucha angustia,
mucha preocupaciones, muchas ocupaciones, pocos recursos, pero por encima de
todo, muchas esperanzas.
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