Suena el despertador a la hora indicada, 05:45, y él se
despierta de mal humor. Al escuchar el sonido de la emisora radial, 97.1, lo
primero que dice es “ya comenzó el hijo de puta día”. Yacque que está a su lado
y yace en la cama despierta, le responde.
-
No te has levantado y ya estás maldiciendo, como nos puede ir bien de
esa manera.
Molesto, pues no tiene ánimo de levantarse ni razones
que el piense en el momento para hacerlo, ignora el comentario de su esposa y
se da vueltas en la cama, no sin antes golpear suavemente el botón del
despertador que le dará 10 minutos de descanso adicionales. Ella se despega de
la cama y comienza su rutina diaria; levantar a los niños, plancharles el
uniforme, prepararles el desayuno, en fin, prepararlos para el colegio.
A las 06:32 él se levanta. Verónica sigue dormida y
Alejandro está metido en el baño, seguramente durmiendo. Escucha cuando ella le
dice que levante a la niña (ella escucho sus pasos al levantase). El se acerca
a la cama y tiernamente la intenta despertar, cosa que no funciona. Sabiendo del
mal humor de su hija cuando la despiertan temprano, y entendiendo que su humor,
como ya se ha vuelto frecuente, no es el mejor, desiste en el intento y baja a
asearse.
El aire acondicionado integral durmió encendido, pues
la hermana de Yacque, Daniela, que vive con ellos estuvo haciendo algunos
trabajos, y para que pudiera soportar la labor, quedó prendido, a pesar que
últimamente se está congelando de noche.
Abre la puerta principal de la casa y se dirige a la
cajera, donde apaga el congelado acondicionador de aire.
Como todos los días, se sienta en el baño y descansa
algunos minutos, esperando que las energías lo impregnen. A eso de las 06:57,
ya tarde, sale del baño aseado y vestido en traje de trabajo. Se molesta aún más
al ver que ninguno de sus hijos estaba listo. Se va a la sala y se sienta en el
sofá a esperar por los dos niños. Ella le dice que los niños no tienen juguito
para el desayuno, el le responde en tono cargado de molestia:
-
… que tomen agua.
-
No me parece justo – fue la respuesta de la mamá preocupada.
-
La próxima que se alisten temprano – respondió él parcamente, sin
mirarla.
A eso de las 07:15 salieron caminando. Tarde como casi
siempre. El le entregó la maleta y la lonchera de Verónica a Alejandro, y los
dejó caminar la última cuadra solos, bajo su inspección. Considerando que tiene
como seis meses que no paga el colegio, ya le da pena hasta acercarse.
Regresa a la casa de manera pausada. Entra, pasa a la
cocina y se prepara un batido de vainilla Herbalife, su desayuno desde hace por
lo menos dos meses. Se prepara otro café y se acuerda de la comida de los pájaros.
Toma una rebanada de pan y la hace migajas. Se percata que la galleta triturada
que les sirvió ayer está intacta. Entra a la casa y se toma su batido, y luego
disfruta de su segundo café. El primero se lo sirvió su esposa al bajar del
cuarto.
A las ocho en punto, luego que Yacque conversará con
su mamá, llama al suegro y le dice que no va a llegar temprano, pues tiene que
ir al centro a presentarse en los tribunales. Una rutina desgastante a la que
se ha visto obligado desde hace ya casi cuatro años.
Da algunas vueltas por la cocina, incomodo y molesto
por la obligación que tiene pendiente, mientras ve transcurrir el tiempo. Sube
y se sienta en la computadora a leer los correos, que tiene algunos días que no
lee, pues con la rutina desde hace tres semanas, y la apatía colectiva
generalizada, leer los correos se ha vuelto una tarea sofocante. Revisa por
encimita los mismos y a eso de las 08:50 baja. Yacque le cuestiona por lo
tarde, por la hora. El le replica con mal tono que tiene que ir al centro.
Arregla las cosas dentro del bolso, mete una toalla de baño y sale de la casa.
Se despide con amargura mal contenida.
Al salir espera poco y se monta en un carrito de la Limpia , pirata. Llega a eso
de las 09:10 a los tribunales. La cola es medio larga, pero camina. Cumple con
el amargo requerimiento y sale caminando de los malditos tribunales, en vía a
la parada de los carritos de Bella Vista. Ahí la cola es medio larga también,
pero camina rápido.
A las 10:03 llega al taller de su suegro. Toca la
puerta y lo saluda. Es el mismo suegro quien le abre. Comenta algunas cosas y
le pregunta que qué es lo que necesita qua haga.
Ya van tres semanas en las que él está ayudando a su
suegro en el taller, y su suegro ayudándolo a él. No tenía trabajo y el suegro
se había quedado sin ayudantes. Ahora son tres ayudantes con los que cuenta. Su
sobrino, que semanas atrás lo había dejado por ir a hacer las veces de conserje.
Se obstinó de los abusos de los inquilinos del edificio donde estaba
trabajando, quienes consideran que el conserje es un utility que debe saber y
hacer de todo por el mismo mísero sueldo. Sencillo, les dejó el pelero.
El abuelo, que se encontraba fuera de combate por
algunos asuntos que no vienen al caso, se había reincorporó con limitaciones visuales
y achaques por la edad.
El día transcurrió con normalidad. Hacia mucho calor.
El sol, inclemente hacia insoportable el caminar por las calles e intolerable
la permanencia en vehículos sin acondicionador de aire.
Terminó de arreglar una silla que había que reparar,
lijó algunos listones de madera cortados para marcos de puertas y ayudó con el
armado y preparación de algunos muebles.
A eso de las 17:00 recibe en el taller una llamada de
su esposa. Considerando que ambos estaban molestos, no habían hablado desde que
salio de su hogar. Ella le pregunta que a qué hora piensa llegar, pues tiene
estimado ir con una prima al velorio de un familiar de crianza.
-
Debo llegar a eso de las 7:00 (PM).
-
Okey, a esa hora me sirve. La prima me dijo que venía por mí después de
esa hora.
Trancaron y el terminó de atender algunas labores
menores en el taller. Siendo las 17:45, su suegro y jefe, conciente que su hija
iba a asistir al velorio, le dijo que se alistara para que no llegara tarde, y
así ella pudiese cumplir con el compromiso familiar. Después de todo, el
fallecido era conocido de ellos desde hace mucho tiempo, y su muerte fue muy
inesperada, como casi todas las muertes.
Sale del taller ligeramente aseado. Toma carrito de
Bella Vista, pirata y se baja en la esquina de 5 de Julio, con la suerte que el
autobús de esa ruta estaba a una cuadra. Se monta en el mismo, que ya estaba
casi lleno, y para facilitar su salida, se ubica en el fondo del mismo.
Como es común en los países tercermundistas, el
autobús va excedido en su capacidad. La gente se agolpa en su interior, acomodándose
como sardinas. Sin embargo, Ángel se ubicó en un sitio en el que le fue
medianamente cómodo el trayecto. Lo difícil iba a ser salir, como en realidad
lo fue.
Se sintió ofendido, humillado, mientras se bajaba del autobús.
La gente se amontonaba en la salida trasera, haciendo casi imposible salir.
Caminó entre la gente, tropezó sin querer el pecho de una dama joven, se
excuso. Tuvo que pasar incómodamente en medio de varias personas, en un espacio
en donde el contacto personal se hacía casi íntimo. Se bajó reprimiendo su molestia
y la humillación que sentía al tenerse que trasladar como animal en un
colectivo. Sería tan fácil como que el chofer, al determinar que el colectivo
estaba lleno, evitara detenerse a recoger pasajeros. Pero no, estos animales
solo asumen que no pueden meter más pasajeros, cuando el espacio físico de la
unidad no se los permite. Eso siempre le ha parecido denigrante. La carencia de
sentido común, que parte del conductor, pasa por el dueño de la unidad y llega
hasta las autoridades, que se hacen las locas y no facilitan la habilitación de
más unidades, que es la única respuesta lógica.
-
En este maldito país los corruptos se roban plata a manos llenas, y uno
tiene que sufrir las consecuencias. Malditos sean – pensó mientras caminaba
rumbo a su hogar.
Al llegar, cansado y acalorado, nadie lo recibió, nadie
bajo. Eso lo termino de molestar. Se sentó en la cocina y se puso a escuchar la
radio, que estaba encendida en una emisora que transmitía gaitas.
Al rato bajo su esposa, sus hijos y se apareció su
cuñada Daniela. Unos quince minutos luego, Yacque y su hermana se despidieron,
pues ambas iban al velorio. Seguían molestos ambos.
Ángel se preparó un té de guaraná y le comentó a los niños
que esperaran a que preparara la cena, cosa que hizo al rato. Unos sándwich y
galletas, con agua.
La rabia no lo dejaba razonar. Por que de tantas
“pruebas” era su constante queja, hasta cuando “pruebas”. Esto solo se
soluciona con dinero. Si lo tuviera, serían felices. Podrían subsanar sus
gastos y darse algunos pequeños gustos: podrían atender los compromisos
navideños, y no estarían sufriendo, sobre todo él.
-
Estoy harto de esta mierda. Te llevaste a uno de mis hijos, que más
quieres. Si tuviera dinero, puede que Benjamin estuviese vivo. Ahora es solo un
triste recuerdo… Maldito Chávez.
Preguntó para si mismo pensando en Dios, con una rabia
que lindaba en ira, que ni la música lograba calmar. Luego de un largo rato,
decidió escribir para liberarse de esta. Funcionó.
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