lunes, 7 de enero de 2013

EL.



La mamá, preocupada observa a sus dos hijos menores, mientras duermen placidamente en la cabaña. Las dos abuelas la acompañan, mientras combaten el frío cubiertas en gruesas mantas, con bufandas, gorros y guantes.

Alejo, sus abuelos y su papá, están sentados observando el caminar de la neblina alrededor de la cabaña.

Igual que el restauran, la cabaña esta decorada con estilo colonial, posada a medio metro de altura, y con una bella cerca de madera, rústicamente terminada. Esta pintada con un color amarillo claro, bien iluminada y con calefacción. Tiene capacidad para diez personas, dos niveles, tres cuartos, dos de ellos matrimoniales y uno con dos literas. Los diez puestos lo completa un sofá cama ubicado en el área social. Es espaciosa, cómoda y bien decorada. Es calida, en el sentido humano. La cocina es amplia y bien equipada.

Las intenciones de las damas no superan el desayuno como compromiso. El resto está a cargo de los caballeros. La dotación para el mismo es buena y variada. Huevos, pan traído de Maracaibo, tocineta, jugo de naranja, queso comprado en el Venado, jamón y refrescos. No puede faltar donde Ángel esté el café, quien previendo cualquier cosa,  llevó consigo una cafetera para ocho tazas y medio kilo del preciado grano tostado.



Todos observan el cielo, en aquellos espacios que la neblina se los permite. El frío comienza a penetrarles los huesos.

Ya Alejo, con el carácter típico de los adolescentes, se niega a recibir mucho cariño, y quiere demostrar ante todos su resistencia, así que procura cubrirse en las mismas condiciones que los demás, un suéter y más nada. Su papá, conciente del clima, lo observa con cuidado, mientras conversa sobre todo y nada con su padre y su suegro. Alejo interviene eventualmente.

La conversación inevitablemente deriva en el tema político, pero las condiciones del ambiente, no permiten que se caldee. El clima es tan frío y el sitio tan agradable, que hasta la política se ve afectada al momento de ser interpretada.

El Sr. Alfonzo hace algunos comentarios referidos a lo que le tocó vivir décadas atrás cuando se vio motivado a dejar su país. Comenta sobre lo deteriorado del mismo en ese momento y sobre lo parecido de la Venezuela en que viven.

El tema de la guerra con Colombia llevó un rato, pues las hipótesis y contra hipótesis los hicieron distraerse por un buen rato. Lo cercano de la misma, lo peligroso de las provocaciones, y la condición especialmente complicada de él y su familia. Inmigrantes colombianos residentes en Venezuela, padres de hijos Venezolanos y abuelos de nietos Venezolanos.

Luego de un largo rato, siendo cerca de las 02:00, todos deciden ingresar. El frío iba en aumento, y la brisa constante ya penetraba y afectaba a los bravíos varones. Las tres damas, sentadas ven que sus amores ingresan, y con sorna les preguntan sobre el clima.

-          Mucho frío – dice Alejo.
-          Demasiado frío – dice Alejandro, el papá de Ángel.
-          Tengo sueño – dice el Sr. Alfonzo.
-          Necesito calorcito – dice Ángel mirando a su esposa.

Verónica y Benjamin duermen placidamente en el sofá cama, aprovechando la cercanía de la chimenea, que previamente habían encendido Alejo y su papá.

Ángel toma asiento cerca de la misma, en una silla con apoya brazos, arrastra otra, y mirando a su bella esposa le dice que se siente a su lado.

-          Por fin te dignaste – le dice ella supuestamente molesta.
-          Necesito calorcito – dice él con una picara sonrisa en su cara.

Los abuelos, sentados en la cocina, observan a sus hijos, y un respiro de tranquilidad alimenta sus espíritus. Poco a poco, uno a uno, se van retirando a sus cuartos. A los abuelos, por decisión de sus hijos, les tocaron los cuartos matrimoniales. Ángel y Yacque estimaban dormir en el sofá cama, invadido ahora por dos de sus hijos.

Alejo sale de baño, ya aseado y vestido para dormir. Su papá se acerca y le de un manotón en su hombro.

-          Ya vas a dormir campeón.
-          Ya voy a dormir – y con su acostumbrado tono burlón le dice a su papá – No se pongan a inventar, no vaya a ser que nos despierten a todos.

Una sonrisa se deja colar en el rostro de él, mientras pasa con suavidad la áspera mano por el cabello de su hijo mayor. Luego vuelve a sentarse frente a la chimenea, en el cómodo sillón, al lado de ella.

-          Se está me está haciendo un hombrote – comenta en voz baja el orgullos papá, mientras ve retirarse a su hijo mayor.

Sin quererlo, voltea a ver a sus otros dos hijos, y vuelve a levantarse. Los revisa, verifica su ritmo respiratorio, que estén bien cubiertos y les de un beso a cada uno. Luego, regresa a la silla y toma la mano de ella. Voltea y la mira con cariño. Suavemente, pasa el dorso de su diestra por su rostro, la toma por el cuello y le da un beso. Con su nariz pronunciada y prominente, acaricia su rostro, y ella, deja que él lo haga. El olor de su cabello hace que el enamorado Ángel abra sus ojos. Al hacerlo, la imagen de su pequeñín salto a su rostro… Morenito, de pelo como el suyo, castaño, de ojos del mismo color, cejas pronunciadas, boca ancha, como la de su tía Isabel, la tercera de las cinco. Delgado, de cabecita grande y con una sonrisa dulce como la miel. Eso vio el papá al abrir sus ojos, y de eso sintió un profundo orgullo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario