La mamá, preocupada observa a sus dos hijos menores,
mientras duermen placidamente en la cabaña. Las dos abuelas la acompañan,
mientras combaten el frío cubiertas en gruesas mantas, con bufandas, gorros y
guantes.
Alejo, sus abuelos y su papá, están sentados
observando el caminar de la neblina alrededor de la cabaña.
Igual que el restauran, la cabaña esta decorada con
estilo colonial, posada a medio metro de altura, y con una bella cerca de madera,
rústicamente terminada. Esta pintada con un color amarillo claro, bien
iluminada y con calefacción. Tiene capacidad para diez personas, dos niveles,
tres cuartos, dos de ellos matrimoniales y uno con dos literas. Los diez
puestos lo completa un sofá cama ubicado en el área social. Es espaciosa,
cómoda y bien decorada. Es calida, en el sentido humano. La cocina es amplia y
bien equipada.
Las intenciones de las damas no superan el desayuno
como compromiso. El resto está a cargo de los caballeros. La dotación para el
mismo es buena y variada. Huevos, pan traído de Maracaibo, tocineta, jugo de
naranja, queso comprado en el Venado, jamón y refrescos. No puede faltar donde
Ángel esté el café, quien previendo cualquier cosa, llevó consigo una cafetera para ocho tazas y
medio kilo del preciado grano tostado.
Todos observan el cielo, en aquellos espacios que la
neblina se los permite. El frío comienza a penetrarles los huesos.
Ya Alejo, con el carácter típico de los adolescentes,
se niega a recibir mucho cariño, y quiere demostrar ante todos su resistencia,
así que procura cubrirse en las mismas condiciones que los demás, un suéter y
más nada. Su papá, conciente del clima, lo observa con cuidado, mientras
conversa sobre todo y nada con su padre y su suegro. Alejo interviene
eventualmente.
La conversación inevitablemente deriva en el tema
político, pero las condiciones del ambiente, no permiten que se caldee. El
clima es tan frío y el sitio tan agradable, que hasta la política se ve
afectada al momento de ser interpretada.
El Sr. Alfonzo hace algunos comentarios referidos a lo
que le tocó vivir décadas atrás cuando se vio motivado a dejar su país. Comenta
sobre lo deteriorado del mismo en ese momento y sobre lo parecido de la Venezuela en que viven.
El tema de la guerra con Colombia llevó un rato, pues
las hipótesis y contra hipótesis los hicieron distraerse por un buen rato. Lo
cercano de la misma, lo peligroso de las provocaciones, y la condición
especialmente complicada de él y su familia. Inmigrantes colombianos residentes
en Venezuela, padres de hijos Venezolanos y abuelos de nietos Venezolanos.
Luego de un largo rato, siendo cerca de las 02:00,
todos deciden ingresar. El frío iba en aumento, y la brisa constante ya
penetraba y afectaba a los bravíos varones. Las tres damas, sentadas ven que
sus amores ingresan, y con sorna les preguntan sobre el clima.
-
Mucho frío – dice Alejo.
-
Demasiado frío – dice Alejandro, el papá de Ángel.
-
Tengo sueño – dice el Sr. Alfonzo.
-
Necesito calorcito – dice Ángel mirando a su esposa.
Verónica y Benjamin duermen placidamente en el sofá
cama, aprovechando la cercanía de la chimenea, que previamente habían encendido
Alejo y su papá.
Ángel toma asiento cerca de la misma, en una silla con
apoya brazos, arrastra otra, y mirando a su bella esposa le dice que se siente
a su lado.
-
Por fin te dignaste – le dice ella supuestamente molesta.
-
Necesito calorcito – dice él con una picara sonrisa en su cara.
Los abuelos, sentados en la cocina, observan a sus
hijos, y un respiro de tranquilidad alimenta sus espíritus. Poco a poco, uno a
uno, se van retirando a sus cuartos. A los abuelos, por decisión de sus hijos,
les tocaron los cuartos matrimoniales. Ángel y Yacque estimaban dormir en el sofá
cama, invadido ahora por dos de sus hijos.
Alejo sale de baño, ya aseado y vestido para dormir.
Su papá se acerca y le de un manotón en su hombro.
-
Ya vas a dormir campeón.
-
Ya voy a dormir – y con su acostumbrado tono burlón le dice a su papá –
No se pongan a inventar, no vaya a ser que nos despierten a todos.
Una sonrisa se deja colar en el rostro de él, mientras
pasa con suavidad la áspera mano por el cabello de su hijo mayor. Luego vuelve
a sentarse frente a la chimenea, en el cómodo sillón, al lado de ella.
-
Se está me está haciendo un hombrote – comenta en voz baja el orgullos
papá, mientras ve retirarse a su hijo mayor.
Sin quererlo, voltea a ver a sus otros dos hijos, y
vuelve a levantarse. Los revisa, verifica su ritmo respiratorio, que estén bien
cubiertos y les de un beso a cada uno. Luego, regresa a la silla y toma la mano
de ella. Voltea y la mira con cariño. Suavemente, pasa el dorso de su diestra por
su rostro, la toma por el cuello y le da un beso. Con su nariz pronunciada y
prominente, acaricia su rostro, y ella, deja que él lo haga. El olor de su
cabello hace que el enamorado Ángel abra sus ojos. Al hacerlo, la imagen de su
pequeñín salto a su rostro… Morenito, de
pelo como el suyo, castaño, de ojos del mismo color, cejas pronunciadas, boca
ancha, como la de su tía Isabel, la tercera de las cinco. Delgado, de cabecita
grande y con una sonrisa dulce como la miel. Eso vio el papá al abrir sus
ojos, y de eso sintió un profundo orgullo.
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